martes, 31 de diciembre de 2013

La tortuga al revés




Cuentan que en una selva una tortuga vivía de revés, patas para arriba, siempre estuvo así desde que los animales la recordaban. Se decía que un día fue mordida por un yacaré, que al no poder comerla la había dejado patas para arriba, y del susto que tuvo nunca más volvió a intentar darse vuelta.  
Además la tortuga creía que el piso era el cielo y que las frutas crecían allí, que la lluvia caía del suelo y que el cielo era la tierra donde ella vivía.
Gracias a la generosidad de los animales que la rodeaban, que le traían comida y agua todos los días la tortuga podía vivir sin inconvenientes, pensaba que estaba en el paraíso. Un día pasó un loro que la quiso dar vuelta para que deje de creer en esa ridícula teoría de que el cielo era la tierra y la dio vuelta para que se de cuenta de su error.  _ Eres libre nuevamente_ le dijo, pues nadie puede ser libre si está atado a un prejuicio, ¡vamos vuelve a caminar! pero la tortuga que era muy presumida prefería mantener sus convicciones antes de asumir que estaba equivocada, se subió a una piedra y se arrojo al suelo para quedar nuevamente patas para arriba.
Moraleja: no intentes convencer al convencido que ni vencido se dará por aludido.

Pablo Martín Gallero

lunes, 4 de noviembre de 2013

Juan el cazador




Juan era un hombre que le encantaba cazar, todo bicho que camina a de parar al asador siempre decía. Cargaba su escopeta y se internaba en la selva, de regreso siempre traía una presa en mano. Así pasaron los años, fotos con sus capturas eran colgadas en la pared de su casa.
Fueron varios los días en las que volvió sin poder cazar nada, se dio cuenta que algo estaba pasando a la selva. El siempre se considero un controlador de plagas, parte de la cadena de alimentación, pero las cosas habían cambiado, cada vez había menos selva, menos alimento para los animales y por lo tanto su cantidad había disminuido, además de haber más cazadores merodeando por ellas. Se percató que los arroyos estaban sucios por la erosión de las tierras que antes fueron selvas, de que había pocos peces por los químicos que iban a aparar a los arroyos, había menos abejas que antes al aumentar los agrotóxicos y al disminuir la cantidad de flores, muchos monocultivos que como espantapájaros gigantes expulsaban a todos los animales de su perímetro, a su mente vino la imagen del niño de un barrio que había dado con su honda a un picaflor, y que lo mostraba orgulloso a sus amigos, no había diferencia con él.
Fue así como decidió cambiar su escopeta por una cámara de fotos, y en vez de matar a los animales, los empezó a estudiar, vio que el tapir era un buen nadador, que los jabalís andan en jaurías y que siempre protegen a las crías mas chicas, vio que la madre de un monito hacía todo lo posible por conseguirle alimento a su cría, probó la miel de la yateí, se encontró con un timbó gigante que tendría más que doscientos años donde vivía una arpía, así muchos casos interesantes mas.
Buscaba en internet información sobre los animales que había visto, descubrió que tan fascinante como disparar una bala sobre el lomo de un venado, era disparar una foto a un águila en vuelo o a un pecarí corriendo, y que era más difícil y meritorio mantener con vida a un oso hormiguero que cazarlo. Conoció mucha gente que se preocupaba por la flora y la fauna del lugar, se contactó con ellos, aprendió mucho, y enseño mucho. Descubrió otro fascinante mundo, del reino animal, dándose cuenta de tanta belleza que abunda en la selva, y como se le pasaba desapercibida cuando estaba concentrado en cazar.

Pablo Martín Gallero

miércoles, 30 de octubre de 2013

El lobo Alfa


El lobo alfa dirigía la manada bajo una estricta autoridad como lo había aprendido de sus antepasados, nadie se atrevía a contradecirlo, pese a que sus errores costaron la vida de dos lobos. Había ordenado que se persiga a la cabra de montaña, sin tener en cuenta el peligroso precipicio, se sabe que no hay escaladores mejores que las cabras de montaña, fue así que un lobo resbalo al abismo. La segunda mala idea fue intentar sacar una presa al oso que tenía un arce entre sus garras, un lobo fue alcanzado por la pesada garra al intentar quitar un trozo. EL invierno ya había llegado, la comida era escaza. La manada de lobos estaba en la cueva esperando que pase la tormenta de nieve; un lobo dijo: _ Ya que tenemos tiempo para pensar. ¿Por qué no decidir las cosas en asamblea? La pregunta sonó como un grito en la noche y todos miraron fijamente al que la había formulado. Desde hace miles de años los lobos no se atreven a cuestionar la jerarquía del lobo alfa. Otro lobo objeto: _ Claro si antes de atacar a un bisonte por ejemplo, lo decidimos en asamblea, donde el voto de la mayoría será el que se imponga; esto nos permitirá disminuir el margen de error pues, muchos piensan mejor que uno además que el consenso da más fuerza al grupo, que al estar de acuerdo, al compartir las ideas, no genera remordimiento, ni miedo, ni nada por dentro que contradiga a los músculos del cuerpo. El lobo Alfa por un momento mostró sus filosos dientes y sus grandes músculos, pero luego pensó y dijo: _está bien, de ahora en mas decidiremos todo en asamblea, así no soy yo solo quien cargo con la culpa de los errores. Todavía no se daba cuenta de lo que estaba diciendo. Fue así como los lobos aprendieron a pensar democráticamente, cuando había que cazar o decidir algo importante, los lobos lo ponían a votación, si ganaba la mayoría se aprobaba y se llevaba el plan adelante. Dicen que gracias a la democracia vino la paz a las manadas.

Pablo Martín Gallero

miércoles, 23 de octubre de 2013

Los dos árboles





Había una vez dos árboles. Uno se jactaba de haber nacido en tierra buena, fértil, con mucho humus, y así nutrientes para alimentarse y crecer fuerte y grande. En cambió el otro árbol nació en tierra árida con muchas piedras, cada raíz fue un doloroso camino al crecimiento, sus hojas eran marchitas, y era más pequeño que el otro árbol.
El árbol frondoso tenía muchos pájaros que querían hacer el nido en el, además de insectos que le acariciaban y lo mimaban. El árbol nacido en terreno pedregoso maldecía su suerte, y pensaba ¡como me gustaría ser como aquel hermoso árbol!
Un día el cielo se llenó de grandes y oscuras nubes, el sol pareció escabullirse de terror, empezaron a soplar fuertes vientos como si las nubes se enfrentaran en batalla, el estruendoso ruido de sus rayos hacía temblar la tierra. El árbol frondoso tiritaba de miedo, en cambió el árbol nacido en terreno pedregoso, se agarraba fuertemente de las piedras con la que tanto le costó crecer.
El viento soplaba fuertemente de aquí para allá, el árbol frondoso no pudo mantenerse en pie, no resistió a la fuerza de los vientos de un tornado y cayó al suelo, con lo que esto significa para un árbol. En cambió el árbol que había nacido en terreno pedregoso, al no ser tan frondoso dejaba que el viento pasara por entre sus ramas, pudo soportar los fuertes vientos aferrado a las piedras que había tenido en su camino.

Pablo Martín Gallero

sábado, 5 de octubre de 2013

El caimán presumido




El caimán era el rey del lugar, todos los animales le temían, porque era conocido por su rapidez al atacar, su lustrosa armadura y sus filosos dientes. Era tan silencioso que en el lugar le decían el fantasma verde, nunca se sabía cuando iba a arremeter, aparecía por debajo del agua y devoraba a sus presas de un bocado. Era muy rápido a pesar de su pansa grande como un tambor, a la bella garza, la rana cantora, el tapir gracioso, había hecho sentir sus fuertes mandíbulas, como a muchos otros amigos del lugar.
Luego de haber devorado a una presa se volvía a su isla de arena a tomar sol y dormir una siesta.
Un día el yaguareté observó como el caimán no dejaba bicho caminando, y como se paseaba presumido por las costas del río, además estudió con detenimiento la táctica que utilizaba para cazar a sus víctimas, por lo que decidió hacer lo mismo, fue al ras del agua con el mayor cuidado posible, y cuando estuvo en la arena se lanzó sobre el caimán, no dándole tiempo ni para pensar lo que estaba pasando. Así fue como terminó los días del reinado del caimán, y los animales del lugar repiten este refrán el que a diente mata, a diente muere.
                                        
Pablo Martín Gallero