Había una vez dos árboles. Uno se jactaba de haber nacido en tierra
buena, fértil, con mucho humus, y así nutrientes para alimentarse y crecer fuerte
y grande. En cambió el otro árbol nació en tierra árida con muchas piedras,
cada raíz fue un doloroso camino al crecimiento, sus hojas eran marchitas, y
era más pequeño que el otro árbol.
El árbol frondoso tenía muchos pájaros que querían hacer el nido en
el, además de insectos que le acariciaban y lo mimaban. El árbol nacido en
terreno pedregoso maldecía su suerte, y pensaba ¡como me gustaría ser como
aquel hermoso árbol!
Un día el cielo se llenó de grandes y oscuras nubes, el sol pareció
escabullirse de terror, empezaron a soplar fuertes vientos como si las nubes se
enfrentaran en batalla, el estruendoso ruido de sus rayos hacía temblar la
tierra. El árbol frondoso tiritaba de miedo, en cambió el árbol nacido en terreno
pedregoso, se agarraba fuertemente de las piedras con la que tanto le costó
crecer.
El viento soplaba fuertemente de aquí para allá, el árbol frondoso no
pudo mantenerse en pie, no resistió a la fuerza de los vientos de un tornado y
cayó al suelo, con lo que esto significa para un árbol. En cambió el árbol que
había nacido en terreno pedregoso, al no ser tan frondoso dejaba que el viento
pasara por entre sus ramas, pudo soportar los fuertes vientos aferrado a las
piedras que había tenido en su camino.
Pablo Martín Gallero
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