El caimán era el rey del lugar, todos los animales le temían, porque
era conocido por su rapidez al atacar, su lustrosa armadura y sus filosos
dientes. Era tan silencioso que en el lugar le decían el fantasma verde, nunca
se sabía cuando iba a arremeter, aparecía por debajo del agua y devoraba a sus
presas de un bocado. Era muy rápido a pesar de su pansa grande como un tambor,
a la bella garza, la rana cantora, el tapir gracioso, había hecho sentir sus fuertes
mandíbulas, como a muchos otros amigos del lugar.
Luego de haber devorado a una presa se volvía a su isla de arena a
tomar sol y dormir una siesta.
Un día el yaguareté observó como el caimán no dejaba bicho caminando,
y como se paseaba presumido por las costas del río, además estudió con
detenimiento la táctica que utilizaba para cazar a sus víctimas, por lo que decidió
hacer lo mismo, fue al ras del agua con el mayor cuidado posible, y cuando
estuvo en la arena se lanzó sobre el caimán, no dándole tiempo ni para pensar
lo que estaba pasando. Así fue como terminó los días del reinado del caimán, y
los animales del lugar repiten este refrán el que a diente mata, a diente
muere.
Pablo Martín Gallero
No hay comentarios:
Publicar un comentario